Huir.

Cuando sin encontrarse demasiado bien alzó la mirada y vio un mundo lleno de monumentales mentiras y odio, sin contar el desprecio; entonces ella lo supo, supo que lo mejor sería marcharse de allí, de esa gente que le hacía daño y de esa sociedad que le aturdía tanto y que en pocas palabras era infinitamente cobarde entre otras cosas. Y se va, sin decir adiós, porque no tiene a nadie para decírselo porque ella siempre supo que estuvo sola pero a pesar de ello luchó para ser feliz aunque hasta ahora no lo haya conseguido. Entonces cuando se acuerde de los reproches de su soledad se pondrá a llorar, pero solo entonces. Ahora camina firme, erguida y con las ideas bien claras. Pero no puede engañarse. Irse sería huir de los problemas. Entonces cuando sus pensamientos se  juntan y solo ellos piensan que todo es imposible; entonces, se acuerda de los reproches de su soledad, y comienza a llorar. Y ese entonces se convierte en un ahora, pero no en un para siempre. No, nada es para siempre. Y levantarse es obligatorio, piensa. Tiene razón no hay que huir de los problemas pero a veces hay que marchar para conseguir ser feliz y emprender un nuevo rumbo. Un ligero rumbo. Un rumbo distinto, piensa. Y mientras el camino que va a elegir se hace pensar, sus pensamientos piensan en lo impensable. Es decir, relativamente, todo esto.

 Si te rindes, nunca sabrás hasta donde habrían llegado tus posibilidades.